Un niño aprende por naturaleza y nunca hay que subestimar este principio vital.
Los bebés nacen con cosas aprendidas y unas cuantas habilidades (Ver post: “Los signos del bebé”): oler, trepar, succionar… Pero a partir de aquí hay mucho más: el bebé aprende imitando a los seres que le rodean; es una oportunidad para que los padres se escuchen, cambien todas aquellas cosas que deseen y mejoren en si mismos… La llegada de un hijo es una oportunidad para progresar y ser mejor persona.
El instinto innato de un niño es crecer y aprender. Por ejemplo, un bebé no aprenderá a andar porque alguien le enseñe sujetándole las manos y manteniéndole de pie, sino porque está predispuesto para hacerlo, del mismo modo que hablará porque su cerebro está preparado para el lenguaje y todos los que le rodeamos hablamos. Todas las etapas evolutivas que hace un ser humano las hace por si mismo cuando está preparado y su sistema suficientemente maduro para el siguiente paso en el aprendizaje.
Estar cerca y observar los cambios de tu hijo es una experiencia enriquecedora y única: con pocas semanas, el bebé mueve la cabeza de lado a lado y, poco a poco, va levantando las piernas adquiriendo tono muscular. Lo hará a su ritmo.
Cuando observas a un bebé, descubres que ellos encuentran sus propias estrategias para alcanzar los siguientes movimientos o etapas. Si un adulto interviene y ayuda al bebé a cambiar de postura, no nos daríamos cuenta de los movimientos que hacen por si solos y seguramente nos perderíamos gestos sencillos pero muy importantes. Como hemos dicho, cada bebé va a su ritmo y si colocamos al bebé en una postura en la que no se haya puesto él solo, seguramente tampoco sabrá deshacerla. Es más interesante ver cómo desarrolla él mismo la capacidad para girarse, sentarse o ponerse en pie porque en seguida aprenderá a salir de esa postura.
Al principio, el cuerpo del bebé es muy blandito, giran sobre si… hacen lo que coloquialmente se conoce como la “croqueta”. Al cabo del tiempo, ya con más tono muscular, empujan con los brazos y piernas el suelo, encontrando el límite en la tierra y ahí, ya ven a unos pasos de ellos el objeto a conquistar. Esas ganas de agarrar lo que ven es lo que les impulsa a coordinar su cuerpo para avanzar. A partir de ahí siguen las ganas por descubrir el mundo y cuando están listos, prueban a ponerse en pie… ¡Cuando se sientan seguros, empezarán a dar sus primeros pasos!
Tienen curiosidad por descubrir el mundo donde acaban de aterrizar; poner a su alcance objetos de diferentes materiales y texturas, les permite desarrollar sus sentidos. Como recomendación, puedes poner sobre una manta, o en el espacio donde va a estar el niño, algún trozo de madera, algún objeto blando, utensilios de distintas texturas, telas, colores… para proporcionarle diversidad. Ojo, los niños siempre se van a poner en la boca el objeto porque prueban el mundo, así que siéntate a su lado y disfruta acompañando su creatividad y crecimiento, interviniendo lo mínimo posible.