Más que una opinión, es un hecho más que reconocido el aumento de la “velocidad de cambio” que experimenta nuestra sociedad actual respecto a diversos ámbitos: educación, economía, relaciones interpersonales, ecología, política… Aspectos como la globalización y el avance tecnológico tienen un papel protagonista en muchos de estos cambios: a tan sólo un golpe de “clic” tenemos a nuestra disposición un número infinito de posibilidades de intercambio y de acción a nivel mundial.
Pero, ¿de qué manera influye todo este cambio exponencial en las familias de hoy en día?
La familia es, probablemente, la “estructura funcional” más antigua del mundo, y también, la más sensible a los vaivenes de su entorno. Sus formas, roles, normas de convivencia o reglas de funcionamiento han ido cambiando a lo largo del tiempo y “con los tiempos” (1).
La familia, las personas, influimos y somos influenciadas por el medio en el que vivimos. En la prehistoria, las condiciones dejaban poco margen de actuación: hombre-cazar, mujer-cuidar hijos. Con la “civilización”, experimentamos muchos cambios, unos buenos y otros menos buenos. A medida que la sociedad se hace compleja, también lo son las decisiones. Una desproporcionada cantidad de información puebla nuestro mapa genético y nuestra mente. A todo ello se unen las vivencias familiares personales que cada uno vivimos desde nuestra infancia. Resulta extraordinariamente fácil perderse entre tal volumen de información y de emociones.
Otro tipo de información es la que demandamos, como padres/madres, a nuestros allegados con cierta experiencia (familia, amigos, vecinos…). Ante una dificultad relacionada con la crianza de nuestros hijos/as, preguntamos a esas personas con la esperanza de hallar alguna solución, un camino a seguir, una luz en medio de la incertidumbre. Este hecho, por definición (“buscar la solución en la experiencia y visión del otro”) no suele resultar eficaz.
En otras ocasiones, no somos nosotros los que demandamos esas opiniones. Simplemente, nos llegan: “Lo que tendrías que hacer es…”, “El niño hace esto porque tú…”, “El mejor remedio para eso es…”… Y es difícil que no nos creen más dudas o que no nos condicionen de alguna manera.
Pero entonces, ¿dónde se preguntan todas estas dudas sobre sueño, alimentación, emociones infantiles, pañales…? ¿Cuál el “santo grial” de la educación y por qué nadie quiere decirme dónde encontrarlo?
Hay algunos aspectos concretos en los que nos diferenciamos de generaciones anteriores y que podrían definir algunos retos actuales:
-
Las familias son menos numerosas y menos extensas (tíos, abuelos… conviviendo juntos). Este hecho reduce el conocimiento que tenemos de primera mano respecto a la crianza de los niños/as y a la superación de diferentes dificultades cotidianas.
-
Dudamos más. Nos planteamos un mayor número de posibilidades de acción ante un mismo hecho (por ejemplo, las rabietas). Tenemos más en cuenta los derechos del niño/a y los efectos de nuestras actuaciones sobre ellos. Esto puede conllevar una cierta falta de determinación por nuestra parte, inseguridad o que cambiemos a menudo nuestra forma de proceder con el niño/a.
-
Buscamos mucho “fuera” en lugar de “dentro”. Los nuevos usos y “abusos” relacionados con la tecnología ponen a nuestro alcance información de todo tipo, que debemos aprender a manejar. Dicen que estamos en “la era de la información” (2) pero ésta, por sí sola, no es la solución. Es fundamental observar mucho a nuestros hijos/as, aprender a sacar nuestras propias conclusiones y atrevernos a equivocarnos y a rectificar.
-
Siempre nos falta tiempo. Puede que trabajemos más horas fuera de casa que nuestros padres o abuelos o no. Pero hoy en día sí sufrimos un mayor sentimiento de angustia y culpabilidad por no disponer de más tiempo para estar junto a nuestros hijos/as. Ante esta realidad, nunca debemos olvidar que un “tiempo de calidad” nunca puede ser sustituido por “cantidad”.
Hay un dicho popular que dice que “cualquier tiempo pasado nos parece mejor”, incluso se convirtió en el hit musical del momento en el año 1969, en la voz de Karina. Es probable que también hayamos escuchado a nuestros mayores aquello de “esto en mis tiempos no pasaba”. Y nosotros, ¿qué opinamos al respecto? ¿Creemos que son mayores o menores los retos familiares a los que nos enfrentamos hoy en día? Seguramente la respuesta más acertada sea un gran “DEPENDE”.
Quizás, tal y como hicieron nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, debamos adaptarnos de la mejor forma posible a las circunstancias en las que vivimos, pero intentando ser valientes y lo más fieles posible a lo que deseamos para nuestra familia. Si lo intentamos, poco a poco hallaremos el equilibrio necesario entre nuestros impulsos e incertidumbres (corazón) y nuestras observaciones y reflexiones propias (cerebro).
Sorprendentemente, la historia nos ha dejado una singular frase de un célebre autor que puede volver del revés toda esta cuestión intergeneracional:
“En estos tiempos, los hijos han dejado de obedecer a sus padres y todo el mundo escribe libros”
¿Os parece que su autor podría ser contemporáneo? ¿Podría haberlo dicho un familiar cercano a nosotros o incluso nosotros mismos?
¡Sorpresa, sorpresa! Esta frase fue expresada por Cicerón, entre los años 106 a.C. 43 a.C.
Y ahora… ¿qué pensamos sobre los actuales “nuevos” retos familiares?
Fuentes:
- La nueva familia española. INÉS ALBERDI ALONSO (1999)
- La era de la información. MANUEL CASTELLS OLIVÁN (2001)