El juego es la mejor manera de aprender del niño. A través de éste, nos construimos como personas, aprendemos de nosotros mismos y de los demás.
El juego y el placer están ligados, al igual que la curiosidad, la emoción y la recompensa.
El niño juega porque le produce placer, aunque sin “saber” que ese es un mecanismo diseñado por la naturaleza para empujarle a aprender.
De esta manera, el juego, contribuye al desarrollo de destrezas, habilidades y capacidades neurológicas.
Entre otros beneficios que tiene el juego está la creación de sentimiento de confianza en el niño. Por medio de su fantasía construye un mundo que le permite refugiarse de situaciones que le pueden causar angustia o estrés, sin dejar de lado el límite entre realidad y ficción.
A través del juego, nuestros hijos pueden expresar sus emociones, qué les agrada o qué les disgusta y cómo viven algunas situaciones problemáticas. Si nos detenemos a observar, podremos entender y comprender mejor a nuestros hijos e ir poniendo palabras a sus sentimientos y emociones según vaya surgiendo en el juego.
Juego Libre
El juego por sí mismo debe de ser libre, en el sentido de que el niño tenga la oportunidad de elegir lo que desea hacer dentro de los márgenes de seguridad, espacio y límites. Con ello, los niños aprenderán a medir sus tiempos, crear y organizar. Si le damos la oportunidad de hacer esto, permitimos al niño experimentar y aprender, donde el adulto hará la función de contención y acompañamiento, contribuyendo de esta manera a la construcción de la personalidad, autoestima y confianza.
Juego Padres – Hijos
Los padres, arrastrados por la vida acelerada que hoy en día se lleva, se dejan influenciar por la industria de los “juguetes educativos”, cuando éstos por sí solos no son ningún sustituto del acompañamiento de los padres y el tiempo de compartir con ellos.
Hay que recordar que los padres son la figura de referencia de los hijos y, según como nos relacionemos con ellos, ellos se relacionarán con otros más adelante.
Cerramos este post con una recomendación de Piaget, donde nos invita a pensar sobre nuestro papel de padres: “Si bien la capacidad de fantasear o simular es inherente a todos los seres humanos… el grado en que es utilizada por los niños depende en gran medida de que los padres y otros adultos la hayan fomentado”.
Sara Nochebuena
Psicóloga Infantil, Juvenil y Familia