Cuando solamente tenía 29 semanas de gestación y de madrugada vino al mundo un varoncito que pesó 800 gramos. Era prematuro y para sobrevivir necesitaba de incubadora, después de varias semanas para estabilizarle y sin ni siquiera poder tocarle, las enfermeras de la UCI nos hablaron del Método “canguro”: “¿Qué puede haber mejor para un bebé prematuro que el calor de su propia madre y el contacto piel con piel?” Nos dijo una enfermera.
Cuando escuché las palabras «método canguro» por primera vez, pensé, qué bonito… Y me vino a la mente una imagen muy tierna, los canguros transmiten ternura. Pero ¿qué tenía eso que ver con mi hijo recién nacido y prematuro? Pues resulta que mucho, gracias al personal médico que en el momento apropiado nos dio la oportunidad y el conocimiento, pudimos ponerlo en práctica para ayudar a nuestro hijo en su recuperación.
El Método Canguro y el contacto piel con piel son la misma cosa aplicada a bebés con necesidades distintas. Un bebé sano y uno enfermo necesitan estar junto a la piel de su madre y alimentarse de ella, y así, poco a poco se fue creando un vínculo maravilloso. Todavía tengo grabada en mi memoria la imagen de mi hijo Kike, que era un poco más grande que la mano de su padre, apoyado sobre su pecho desnudo, relajado y a gusto, disfrutando del calor de papá y de los latidos de su corazón que le arrullaban mientras dormía, esos momento no tenían precio.
La posición vertical del bebé permitía que se alimentara mejor y ayudaba a que la oxigenación, la frecuencia cardíaca y otros parámetros fisiológicos se mantuvieran dentro de los rangos normales, sin contar con la función termorreguladora y la estimulación temprana, que son factores claves para el buen desarrollo de los bebés.
Realmente fue una experiencia indescriptible, y como no es exclusiva de la madre, el papá encontró la manera de formar parte también de todo lo que estaba sucediendo y pudo ayudar al repartirnos algunos turnos, esto aumentó nuestra complicidad y fortaleció la relación y el compromiso de padres.
Eran muchas horas de dedicación todos los días, llegábamos cada día a la misma hora, entrábamos en la UCI, nos desinfectábamos las manos, nos sentábamos en nuestra silla reclinable, nos poníamos cómodos, respirábamos profundo y las enfermeras nos entregaban al bebé. Ver a ese padre tan grande con esa cosita tan chiquitita sobre su pecho, cogiéndolo suavecito, meciéndolo levemente, hablándole bajito, en susurros y cantándole pedacitos de algunas canciones de su infancia es uno de los recuerdos más dulces que tengo de aquel momento que tanto ha marcado nuestras vidas.
Ahora Kike tiene 8 años y su conexión con papá sigue intacta y es intensa, siguen compartiendo muchos momentos sólo de ellos, uno encima del otro, de risas, de Fútbol, de achuchones… Creo que vivir su paternidad de este modo le hizo sentir de una forma especial lo que significaba ser padre, sintió que él era imprescindible, más que nunca tenía que estar allí y eso era lo más importante.
Tomar conciencia de las prioridades supuso un gran cambio en nuestra visión de la vida, ya no volvimos a pensar en nosotros mismo de forma individual y empezamos a pensar primero en nuestro hijo y luego en los demás niños como Kike y en sus padres…