Preparándonos para algo desconocido
Siempre recordaré aquel día en el que en la ecografía de las 27 semanas de embarazo, el ecógrafo apuntaba por la zona de mis costillas y en la pantalla salía la cabecita del bebé. Mis sospechas se confirmaban, llevaba días sintiendo patadas por ahí abajo; ya me entendéis. El ginecólogo nos dijo que todavía tenía tiempo para girarse, era pronto y como mi embarazo era de alto riesgo y en pocas semanas me volverían a mirar, eso también lo tendrían controlado.
Después de haber tenido una cesárea y un parto vaginal natural seguido de ésta, me aterrorizaba volver de nuevo a la cesárea, sé que es algo digno como cualquier parto, porque nosotras siempre intentamos hacer lo mejor para ellos, pero personalmente prefería que todo se desencadenara de un modo más natural y con la menor intervención médica posible.
Sin darle muchas vueltas y confiando en la naturaleza, pasaron 4 semanas tranquilas, feliz de tener a mi bebé sano, y llegó la ecografía de las 31 semanas.
Yo ya lo intuía, seguía de nalgas, pero tenía la esperanza de poder equivocarme. Pero no, finalmente acerté, él bien sentado que estaba… “nalgas puras”, dos palabras que iba a escuchar una y otra vez hasta quedarse mi bebé y yo con ese “mote”; más adelante me entenderéis mejor.
Mi ginecólogo ya no estaba tan seguro de que se giraría aunque él seguía teniendo esperanza. También me contó las técnicas que podía adoptar para ayudar a que se girara (acupuntura, caminar a gatas, etc.) Yo le conté mi temor a la cesárea, a lo que me respondió “también existe el parto de nalgas”. Justo aquello es lo que escribía en Google a los pocos minutos junto a mi marido, el que nunca me dejaba sola, acompañándome y apoyándome en cada momento. Nos empapamos de todas las técnicas que se optaban cuando el bebé venía de nalgas y, si no funcionaba, cómo sería el parto con el bebé en esa posición.
Manos a la obra: Comencé con la moxibustión, seguido de caminar a “4 patas” por toda la casa, tomaba posturas inclinadas haciendo uso de la gravedad para que el bebé se girara, pero nada. Cabe decir que nos reímos mucho haciendo todo aquello, sobre todo con los puros que aplicaban calor en el dedo meñique del pie.
Al ver que seguía de nalgas nos informamos de otra técnica más: La versión cefálica externa VCE. Fuimos al ginecólogo y me hizo una ecografía para ver la viabilidad de la técnica. No podía ser, placenta anterior, tratamiento de heparina y una cesárea anterior, eran demasiados puntos en contra.
He de reconocer que salí llorando de allí, a pesar de tener la opción del parto de nalgas, iba a ser una lotería, pues el riesgo era elevado y tendría que ser valorado por varios profesionales para decidir si finalmente era viable. Demasiada casualidad necesitaba.
Así que decidí probar la acupuntura. Cuando estaba de 33 semanas empecé con ella. Pero a la tercera sesión, salí llorando a mares, se me vino el pensamiento a la cabeza… “Este bebé quiere nacer de nalgas y lo tengo que respetar”, así se lo dije a mi marido, el cual me sonrió y me tranquilizó: “Tranquila, que haremos todo lo posible para que nazca como él quiera y yo te voy a apoyar”.
Fuimos al ginecólogo, y muy seguros le dijimos: “Queremos un parto de nalgas”. Éste, después de escucharnos atentamente, nos advirtió de los riesgos que conllevaba ese parto. Nos dijo que tenían que cumplirse muchas condiciones (peso adecuado, canal de parto libre, bien encajado…) y que, para asegurarnos de que sería atendido, debería ser programado, es decir, un parto inducido.
Otro término desconocido para mí: “parto inducido”.
“Demasiadas cosas en mi contra”, pensaba… Dentro de mí sentía que la cesárea estaba muy cerca, pero tenía a mi marido, Cristian, recordándome que lo conseguiríamos. La familia sin embargo apostaba más por la cesárea debido al riesgo que podía existir. Sólo me quedaba respirar hondo, confiar en que todo iría bien y apoyarme en Cristian. Estábamos muy informados, sabíamos a lo que nos enfrentábamos y también teníamos la seguridad de que contábamos con un equipo médico muy bien preparado que sabría actuar en cualquier momento.
Decidimos optar por ese parto inducido si era la única opción que nos quedaba para lograr un parto vaginal y así se lo hicimos saber al ginecólogo, y éste a todos los que se comprometerían a estar el día del parto.
Llegó el día del parto
Sí, llegó ese día tan esperado, aunque no como quería, ya que hubiera sido más mágico si hubiera sido sorpresa, pero tenía que apreciar que tenía esa opción.
Con uno de mis hijos, Roy con 5 años recién cumplidos, ingresando en el mismo hospital, dos plantas más abajo, con una bronquitis amenazante en compañía de mi madre, con Sarah que tenía 9 años que se tuvo que quedar con mi tía en el pueblo. Llamaba al ascensor, yéndome a mi planta, donde tendría lugar el parto de mi Eros dejando mi pensamiento en mis niños; pues era la primera vez que se separaban de tal manera de mí. Sentí que mi cuerpo caminaba por inercia con una enorme tristeza encima, se abrían las puertas del ascensor y en mis ojos llorosos podía ver a las enfermeras que esperaban con aquel olor a hospital tan característico.
Aparecía yo como si fuera a cualquier lugar con mis tacones y mi bolso, totalmente desconectada de la situación, Cristian me acompañaba.
De repente ya estaba desnuda, con aquella bata que si te descuidas se te ve todo por detrás y toda mi ropa en una bolsa de plástico. Ya no había marcha atrás, pensé. Y me llamaron para hacer una última ecografía y asegurar que todo estaba en condiciones para que naciera. Les conté lo que había pasado, que mi hijo estaba ingresado en ese mismo momento y estaba un poco desconcentrada. Me ofrecieron una y otra vez posponer la inducción. Yo les dije que ya tenía a toda la familia revuelta, ya no había marcha atrás. Pero dentro de mí se me venía al pensamiento… “¿Y si todo esto está pasando porque no debería hacerlo, porque va a ocurrir algo malo?” Pero entonces tenía a Cristian dándome la mano, rellenando mis fuerzas y mi esperanza, mientras subía y bajaba de plantas para ver a nuestro hijo.
Estaba en la camilla, tenía mucho frío. Mi cabeza estaba en otro sitio. Miraba el móvil y recibía imágenes de WhatsApp de Sarah pasándoselo bien con mi tía y de Roy con mala carita.
Me pusieron el Propess, que es una tira donde van las prostaglandinas, que lo que hace es inducir las contracciones uterinas. En la última exploración, estaba todo perfecto para que mi bebé naciera, además ya estaba sin tapón mucoso, que lo había expulsado hacía unos días, y comenzaba con 1 cm de dilatación. Esto era para mi favor, mi cuerpo estaba preparándose previamente para el parto.
Pasamos la noche durmiendo a ratitos, hasta que vino el momento en que me pusieron la vía, y llegó el equipo sanitario. Tenía la gran suerte de contar con dos matronas de lo más agradables, poniéndome la estufa para que no pasara frío, dándome esa calidez que en un hospital cuesta encontrar.
El ginecólogo fue muy claro: íbamos a empezar con la oxitocina, la epidural era obligatoria cuando empezara el proceso de parto y a la mínima complicación haríamos una cesárea urgente.
Yo empecé a sentir inseguridad, además tenía una compañera de habitación bastante negativa que no hacía más que meterme más miedo. Hasta que vino aquella matrona que me tapó con una manta, me puso la vía tan delicadamente, me trajo una pelota para hacer movimientos pélvicos y ayudar a la dilatación y empezó a inyectarme la oxitocina. Me dijo que lo iba a conseguir, que era una valiente. Se fue y me quedé en silencio, cerré los ojos, visualicé a mi bebé, de fondo se oían voces: “sí, es la madre del bebé de nalgas” “nalgas puras, ¿no?” “Sí, parto vaginal de nalgas…”. Ahora sí que no había marcha atrás. Hablé con Eros, mi bebé. Le dije que juntos lo íbamos a conseguir, que tenía que escuchar muy bien a mamá, que entre los dos nos acompañaríamos en todo el proceso y así lo conseguiríamos, y le pedí perdón por no respetar el momento que él decidiera nacer. En ese momento entró mi ecógrafo, me abrazó, yo sentada en la pelota, me dijo que era muy valiente y que lo iba a conseguir, que él estaría atento a todo en esa misma planta. Cristian, iba y venía para ver a Roy. En una de esas que se fue rompí aguas. Vinieron a verme los dos ginecólogos. Me hicieron un tacto, palpando los pies del bebé, sí, se había puesto en podálica (¿algo más?) pero, por suerte, eso no era problema, era algo que solía hacer. Fue un poco desagradable ya que me hicieron una rotura de membranas para acelerar aún más el parto. La verdad es que ya estaba yendo muy rápido, es algo que me descolocó.
Cristian siempre a mi lado, con él la seguridad era casi absoluta, me sentía con fuerzas junto a él. Me seguían doblando la dosis de oxitocina, las contracciones eran muy regulares y sentía bastante dolor. Hasta que llegué al punto que vieron que eran demasiado seguidas y me llevaron a quirófano. En 4 horas desde la oxitocina, estaba completamente dilatada. Ya no aguantaba más, ¡¡¡necesitaba empujar!!!
Así que corriendo me pusieron la epidural, que fue el momento más desagradable, no podía aguantarme sentada sin empujar.
Por fin me dejaron tumbarme y pedí que por favor viniera Cristian (que en el momento de la epidural se tuvo que ir) porque Eros ya iba a nacer, no podía aguantarlo más. Así que una matrona salió corriendo de la sala gritando que me aguantara un momento (¡cómo si fuera tan fácil!) y de repente se llenó de médicos como si de un cine se tratara, todos expectantes, y mi ginecólogo el primero. Yo me dispuse a pronunciar la “A” acompañando mi dolor, de repente noté que el bebé caía, la mano de Cristian con la mía y yo empujando con todas mis fuerzas. El parto de nalgas es un parto que ha de ser sin intervención salvo en el último momento cuando sale la cabecita, es el momento más complicado y cuando el ginecólogo tiene que saber actuar. Cristian recuerda que lo primero que vio fueron “como unas perlitas” que no situaba, eran los deditos de los pies. En nada ya estaba Eros prácticamente fuera y aquel ginecólogo que tan bien sabía este tipo de partos, le dijo al mío “cógelo ya, ¡que se va a caer!” a modo broma. Todos se reían, yo sentí un mareo, y de repente me dijeron: «Nooo, ¡¡¡¡ahora no!!!!”, y entonces empujé con todas mis fuerzas como si fuera la última cosa que tenía que hacer en toda mi vida y vi su cuerpecito salir boca abajo, primero sus pies, sus piernas, su culete, su espalda y su cabecita…
¡Ya estaba conmigo! Todos aplaudiendo, eso era una celebración, todos nos felicitaron, lo habíamos conseguido, nació como él quiso. Justo a las 13 horas nacía y le daban el alta a Roy, por fin todo acababa, la mesa de bisturíes para la posible cesárea quedaba atrás como si de un fantasma se tratara. No podía sentirme más feliz, Eros todo el tiempo encima de mí, todo pringosete, no podía sentirme más feliz. Cristian y yo nos miramos, sobraban las palabras, lo habíamos conseguido.
Sandra Ss