Cuando buscas un bebé, y finalmente te quedas embarazada, te imaginas con tu hijo en brazos, disfrutando de la maternidad y cumpliendo todas aquellas fantasías con las que siempre habías soñado.
A pesar de que el miedo siempre nos conduce a pensar que algo pueda ir mal, intentas evitar ese pensamiento para poder disfrutar al máximo de esa corta etapa tan bonita y mágica del embarazo.
Para mí, duró poco ya que no tardaron en decirme que mi bebé sería prematuro.
En mi caso, se supo a priori y pude mentalizarme antes de que naciera y hacerme una idea de cómo sería mi bebé, buscando información e imágenes por internet para que cuando llegara el momento no fuera tan impactante.
Al ser un CIR (retraso de crecimiento intrauterino) el causante de esto, me hicieron un sinfin de pruebas como la amniocentesis, analíticas y resonancias magnéticas, para descartar cualquier problema que pudiera estar provocando el bajo peso del bebé. Me pude quedar tranquila en ese sentido, ya que los resultados fueron positivos.
Cuando tienes un bebé prematuro, normalmente imaginas que no será un bebé gordito, sino delgado y pequeñito. Al nacer, Sarah pesó 750 gramos. Yo estaba pendiente continuamente de que aumentara de peso, pero una de las enfermeras de mi hija de neonatos, que fue un encanto en todo momento, me explicó que eso era lo de menos. “Es importante que se desarrolle bien a nivel cerebral, puede ser que nunca llegue a andar, a hablar… a tener una vida normal. Crecer ya crecerá, o no, también es posible que no crezca, pero es lo menos habitual”, me dijo. En ese momento me di cuenta de que estaba un poco obsesionada con que engordara, y que en realidad lo importante era lo que le podía pasar en la madurez.
Allí, en neonatos, veíamos un sinfín de casos: bebés con muchas dificultades, operaciones de urgencia en la misma incubadora, diagnósticos inesperados… Pero todos los bebés solían ser inmensos en comparación a mi niña, además recibían el alta hospitalaria mucho antes que nuestra hija. Pero empecé a valorar aquello que me dijo la enfermera. Mi bebé era muy vivaracha, se agarraba al biberón con sus diminutas manitas, no paraba de moverse dentro de la incubadora, cogía los bolígrafos de las enfermeras… Teníamos que ser positivos, nuestra hija nos estaba enseñando que debíamos ver el lado bueno y luchar con ella.
Yo creo mucho en la energía que podemos desprender y mi hija necesitaba de la buena, así que decidimos llevarle la corriente e ir paso a paso junto a ella, que casi ocupaba la palma de nuestra mano con los 29 centímetros que medía en ese momento. Para que os hagáis una idea, no le iba bien ni la ropa de prematuro, así que mi madre nos trajo la ropa de un muñeco.
Cada mañana, tardaba más de media hora en llegar al hospital en transporte público, subía en el ascensor con el corazón en un puño y corría por el pasillo como si ya no pudiera pasar un segundo más sin verla. Me atemorizaba el pensar que le podría haber pasado algo. Por las noches llamábamos para preguntar cómo estaba, pero todo era muy frío, todo era muy duro.
Los sonidos de las máquinas de las incubadoras, el olor del líquido desinfectante, el color de las batas que los padres nos poníamos, los guantes… son sensaciones que han quedado para siempre en el recuerdo.
También está el tema de la lactancia materna, que se complica mucho en el caso de los bebés prematuros. Yo tuve muy poca información y hace 11 años no se apoyaba tanto como ahora, además el bebé, si es muy pequeñito, tiene poca fuerza para succionar y se cansa muy rápido. El sacaleches no me iba bien y no conseguí que me subiera la leche.
En mi caso, ni siquiera pude amamantarla y me generaba mucha impotencia no poder ofrecerle algo que le podía ayudar muchísimo, como era mi propia leche.
Si tuviera que expresar lo más duro de tener un bebé prematuro, sería no poder tenerla junto a mí tras el nacimiento y tener que ir en unas horas estipuladas a verla, restringiéndome las visitas durante las noches.
Recuerdo estar en la habitación del hospital y sentir un vacío inmenso mientras, al lado, una madre acurruca a su bebé disfrutándolo desde el primer momento.
Como reflexión, ahora que Sarah cumple 11 años, podría deciros en base siempre a mi experiencia, que si tenéis un bebé prematuro estéis el máximo de horas posibles junto a él o ella, realizando el piel con piel (que es algo que hacíamos mucho su padre y yo). Si podéis darle lactancia materna para reforzar sus defensas, que tan débiles suelen quedar, y sobre todo intentar encontrar paz, tranquilidad y confianza, sin dejar de preguntar todas vuestras dudas y temores a los profesionales. No olvidéis tampoco buscar el apoyo del padre y el resto de la familia y confiar siempre en que todo saldrá bien. No dejéis de transmitir esa energía positiva a vuestro bebé para pronto poder disfrutar de él como todas y todos nos merecemos.
Sandra Ss