El nacimiento de un bebé es uno de los acontecimientos más importantes en la vida de sus padres y, con toda seguridad, transformará la vida de la afortunada pareja.
El bebé cambia tus actividades cotidianas, pues tanto el hogar como el tiempo diario deben ser acondicionados para un nuevo ser que no entiende de horarios ni días festivos y que revoluciona la vida de una familia, hasta entonces, formada sólo por dos miembros. La pareja se ve forzada a reestructurar su vida, si no quiere verse amenazada por ciertos conflictos, como, por ejemplo, los temores a no cumplir bien su nuevo rol como progenitores o la ansiedad provocada por el cansancio. Una relación sólida y afectiva, en la que la comunicación sea eficiente, es clave para superar estas pequeñas crisis.
Es importante saber expresar los sentimientos, sin llegar a la acusación contra el otro y, al mismo tiempo, entender las necesidades de cada uno. Los vaivenes hormonales pueden jugar una mala pasada a una madre atareada y, simultáneamente, su pareja puede sentir que el bebé acapara la atención que, hasta entonces, le pertenecía. En ambos casos, cariño y apoyo son fundamentales, tanto como repartirse las tareas del hogar (incluidas las nuevas: cambiar pañales, dar de comer al bebé, etc.).
Pero todo pasa y, por lo general, en un mes y medio o dos meses, los nuevos padres habéis convertido en rutina lo que hasta el momento era un caos y todo se normaliza. Juguetes y ropa por toda la casa, pero rutina, al fin y al cabo.
Y es que la reestructuración puede ser positiva, en función de la actitud que adoptéis los nuevos padres, que debéis mentalizaros y pensar que estáis construyendo una familia. Una tarea nada fácil. Con calma y paciencia, con mucho tiempo y amor, superaréis todos los procesos de adaptación.